... y me miró con cara de asombro

 

y me miró con cara entre asombro y desconfianza porque no podía entender que en ese espacio tan estrecho del escalón de la Calle Cardona 1023, tratara de rescatar una atmósfera de mi niñez cuando, con pantalones cortos, me sentaba a comer butiás de la palmera de enfrente, de la casa de los suizos, de forma sistemática primero, su pulpa; luego, quebrando con un trozo de aquellas baldosas grises tan características de las aceras montevideanas, aquella perfectísima pepita, con un punto negro, rasgando las entrañas de la misma para terminar comiendo la nuez con aquel gusto casi metálico. 

y si me pongo a explicarle que de todo ese ritual casi cotidiano, que pasaba por temporadas de los nísperos al butiá, como a la espera de la rutinaria trayectoria del panadero, que muchas veces me regalaba un bizcocho o si en las cansadas tardes de siesta de verano, salía a la puerta la señora Mello, que generosamente también compraba para ella y para los que estuviéramos helados de El Oso Polar y alguna que otra vez las barritas de Conaprole, entonces comprendería que mis ansias de recuperar ese espacio en el tiempo aunque más no fuera fugaz; que luce en su estructura igual pero que ha ido modificando en su escala tan lejano y distinto, que hasta el musgo que cubría alguno de los intersticios de la piedra laja, aparezca hoy como vestigio arqueológico de la memoria, y seguramente no lo podría llegar a entender...

cómo lo podría entender? ...

cuando apenas logro traer solamente aquello que la memoria selectiva me permite hacerlo, quizás como mecanismo de defensa, puede ser..., porque todo lo demás, quedará guardado hasta el momento justo en que redondee las aristas de mi vida y quizás, solo quizás, logre entender apenas yo, tantos recuerdos acumulados...