el oficio de rescatar el alma de los objetos

encontrar objetos que conectan a través de sus aristas  con la parte interna de uno, y a su vez con la atmósfera o el tiempo al que representan o fueron creados, resulta casi desafiante.

no es más que una cuestión de actitud el tener todos los sentidos alerta para percibir esa conexión como requisito indispensable, porque una vez que eso sucede, el siguiente paso será el discernimiento, el despeje de la esencia de lo que él mismo nos quiera transmitir y al interpretarlo, estaremos inmersos no sólo en la historia que queremos contar de él, sino reviviendo un espacio de tiempo al que perteneció.

muchas veces su morfología solamente nos habla de un lenguaje estético que lo asocia al espacio y al tiempo al que perteneció,  y en esa necesidad de encontrar el uso para el cual fue creado, tal vez nos perdamos en historias que nos apartan de la verdadera identidad del mismo, sin posibilidad de retorno.

llegar a la identificación y al análisis  de la finalidad que tuvo el mismo, en la etapa de la vida en que me encuentro, hoy por hoy,  poco o casi nada importa, porque su estructura habla mucho más de él, que su propio oficio.

sus bordes sinuosos, sus bajorrelieves, el desgaste de lo que fue su tersa superficie, por ejemplo,  y hasta la cicatriz de la herida que quizás lo llevó al campo del deshecho, lo ha perfeccionado en su estructura de manera tal, que me hace recordar lo que decía Drummond de Andrade acerca de la muerte, como circunstancia de perfeccionamiento del ser humano (quizás para los objetos suceda lo mismo).

estoy jugando a Dios con los objetos inanimados a los cuales les trato de devolver vida, pero de una manera diferente, quizás con más dignidad, porque los saco de su carácter utilitario para rescatarles el alma y, en ese ejercicio, me otorgo la posibilidad de mirarme a mí mismo, en esa búsqueda permanente de prescindir de lo accesorio para llegar a mi esencia.

como un ejercicio imprescindible.