La Pasta

Cómo no recordar el aroma del tuco que los Domingos se sentía en el barrio, cuando uno pasaba rumbo a la panadería, frente a los zaguanes abiertos de las casas vecinas. Cada una, con su aroma particular, como la sopa (siempre la sopa de los demás, era muchísimo más rica que la de casa, eso no fallaba). Llegaba a la mía con una flauta y 8 marselleses (ya uno comido por la mitad), pronto para mojar en la salsa el resto del sobreviviente y, cuando mi vieja no me veía, lo abría al medio y me hacía aquel refuerzo de tuco (dicen que es el “homo sapiens” de la pizza, vaya a saber). En mi casa se hacía pasta de diferentes tipos y también se compraba hecha.  Recuerdo con nitidez y nostalgia los maravillosos ravioles de ricotta que mi madre preparaba.  El procedimiento comenzaba el dia anterior, para el relleno. El Domingo, bien temprano, comenzaba la faena para la masa, el estiramiento, con un palote que pesaba una tonelada, meta darle y darle, para que quedara bien fina (si mi vieja hubiera visto las maquinitas de pasta que existen hoy en dia, seguro que hubiera hecho mucho más pasta que la que hizo en su vida). Luego, comenzaba la tarea de distribución del relleno, metódicamente, con cucharita de té, cada tantos centímetros, cosa de que al ponerle cuidadosamente la capa de masa encima, el palote especial de los ravioles pudiera aprisionarla de forma centrada en cada una de las unidades.   Por último, se le pasaba la ruedita en zig zag para cortarlos y dejarlos con una fina capa de harina, en los rincones más inverosimiles de la casa, con la finalidad de que se oreasen.  Como anécdota, recuerdo una vez que me tropecé llevando no sé qué cosa, la cuestión es que manotée lo primero que tuve al alcance y fueron como 30 ravioles que estaban descansando en una fuente. Resultado: puré de ravioles y zapatilla Incal de mi madre,  buscando la parte de mi cuerpo más vulnerable para hacer collision.

Tallarines, Canelones (por supuesto que con filloas o crepes) y noquis, fueron los pilares de la pasta casera de mi ninez.  Más adelante, los sorrentinos, rondine, capeletis y tortelines, sofisticaron la pasta dominical, coronada por la tradicional lasagna.

Tuco (Salsa Marinara) que en la casa de unos parientes paternos hacían a fuego muy lento, donde el mismo estaba listo cuando se introducía una cuchara en la olla y la densidad del mismo no permitía que se inclinara.  Allí la especialidad eran los fusiles, que se hacían con unos fierritos de unos 15 cms de largo, donde se envolvían y rotaban cubiertos con la masa.

Tres recetas de pasta son las que elegí para homenajear esta maravilla de la mesa uruguaya, legado de los ancestros italianos:

  • Una recreación de lasagna vegetariana de hongos y shallots, con una reducción de Cabernet y hierbas frescas.
  • Una recreación de noquis suizos de queso, con una salsa Mornay light.
  • Rondines de ricotta, espinaca y nuez, con Asado Negro.